El acto de proyectar en arquitectura es por antonomasia prever, para bien o para mal, que los actos de la vida ocurran bajo la configuración de formas y materiales que definen espacios y sus relaciones. Si bien esta escueta definición de proyectar puede abrir extensos debates, es atingente con el título de este libro: la voluntad de dar forma al espacio que da cobijo a la vida íntima de un grupo de personas reunidas por lazos afectivos. Este breve axioma sirve para diferenciar entre el acto de proyectar un hogar y el de proyectar una casa. Un hogar contiene lo que entendemos por casa, pero no siempre una casa llega a constituir un hogar. La casa deviene, idealmente, del oficio del buen construir, del conocimiento de las cualidades de los materiales, de la estabilidad de la estructura, del confort térmico, de los criterios de concepción formal, etc. Para que una casa se convierta además en hogar, se requiere de un manejo sensible en la organización de los recintos que la conforman y de como estos se relacionan entre sí y con quienes los habitan.
Esto permitió a Goycoolea dar forma a la idea del hogar, incluyendo en sus propuestas arquitectónicas los anhelos y también los recuerdos de sus futuros moradores, promoviendo un sentido de pertenencia y arraigo en cada una de estas viviendas. En muchas de ellas sus actuales moradores son todavía los habitantes originales. Es quizás esta evidencia, y el aprecio que se muestra en sus testimonios, lo que amerita detener la mirada sobre esta arquitectura sobria, y hasta la fecha desconocida, en el vasto legado de Roberto Goycoolea Infante.
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